Operación Ogro
La desaparición de Carrero Blanco tuvo numerosas implicaciones políticas, en un momento en que se hacía evidente la decadencia física del dictador y, con ello, el agravamiento de los primeros signos de descomposición del aparato franquista, que se venían manifestando en los últimos años. Los sectores más inmovilistas del franquismo —el denominado «búnker»— salieron reforzados de este suceso y lograron influir a Franco para que nombrara como sucesor de Carrero a un miembro de la línea dura, Carlos Arias Navarro. Por su parte, ETA dio con este atentado un salto cualitativo en sus acciones armadas y se convirtió así en uno de los principales actores de la oposición al franquismo.
A pesar de que las autoridades iniciaron una investigación para aclarar los hechos, el caso quedó archivado al comienzo de la transición a la democracia y los autores del atentado tampoco llegaron a ser juzgados por estos hechos porque, tras la muerte del dictador Franco, se beneficiaron de la amnistía concedida en 1977.
Atentado: La mañana del 20 de diciembre de 1973, como solía hacer cada día antes de acudir a la sede de la Presidencia del Consejo de Ministros, Carrero Blanco asistió a misa en la iglesia de San Francisco de Borja. Tras la celebración religiosa volvió a subirse a su coche oficial. Cuando circulaba por la calle Claudio Coello, alrededor de las 09:27, los terroristas de ETA activaron las cargas explosivas en el momento en que el vehículo pasó por encima de la zona señalada con un coche aparcado por los etarras. La explosión, que acabó en el instante con la vida de Carrero Blanco, fue tan violenta que abrió un gran cráter en el asfalto y el coche, un Dodge 3700 GT de casi 1800 kilos de peso, voló por los aires y cayó en la azotea de la Casa Profesa, anexa a la iglesia donde había asistido a misa momentos antes. Su hija Ángeles, que siempre lo acompañaba, no lo hizo ese día, lo cual evitó más muertes. Posteriormente también fallecieron los acompañantes que iban en el vehículo junto a Carrero, el inspector de Policía Juan Antonio Bueno Fernández y el conductor del vehículo José Luis Pérez Mogena.
El etarra Jesús Zugarramurdi, Kiskur, había dado la señal a José Miguel Beñarán, Argala, que, subido a una escalera y camuflado con un mono de electricista, detona las cargas explosivas. Kiskur y Argala salen corriendo en dirección a la calle contigua de Diego de León, donde les espera al volante de un automóvil Javier Larreategi, Atxulo. «El coche enfila hacia la glorieta de Rubén Darío, y delante de la Escuela de Policía, en la calle de Miguel Ángel, los etarras cambian de vehículo y se dirigen a su refugio en la calle Hogar 68, en Alcorcón (provincia de Madrid). Los tres militantes de ETA permanecerán escondidos hasta fines de mes en el refugio de Alcorcón, del que les sacará su contacto en Madrid, Eva Forest, disidente del Partido Comunista de España. Un camión les trasladará luego a Fuenterrabía (Guipúzcoa). Desde allí alcanzarán Francia tras cruzar el río Bidasoa».
Que se tratara de un atentado terrorista era entonces tan inconcebible que los policías que viajaban en el coche de escolta detrás del de Carrero, y que resultaron heridos a causa de los cascotes que cayeron sobre su vehículo tras la explosión, solo comunicaron por radio a la Dirección General de Seguridad: «Ha habido una explosión. Que manden otro coche para escoltar al presidente, que el mío está hundido». En principio pensaron que el coche de Carrero no había sido afectado por la explosión, pero al no encontrarlo en las calles adyacentes, llegaron a pensar que se podía hallar en el fondo del enorme socavón inundado de agua que había en el centro de la calle. Son unos jesuitas los que les comunican que el coche se encuentra en la terraza de su edificio con tres personas atrapadas dentro. Los policías siguen pensando que se ha tratado de un accidente, de una explosión de gas, y esa es la hipótesis inicial que sostiene el ministro de la Gobernación Carlos Arias Navarro, pero la inspección que realizan los técnicos sobre el terreno descarta que se tratara de gas, lo que no deja otra opción que el atentado terrorista. La hipótesis de la explosión de gas pareció plausible a mucha gente pues el año anterior había habido una en Barcelona que había causado 18 muertos, además de otros incidentes parecidos.
Consecuencias: El director general de Seguridad, Eduardo Blanco Rodríguez, reconoció posteriormente que el magnicidio fue «un golpe maestro». Hasta aquel momento las fuerzas de seguridad y los servicios secretos —principalmente el SECED, de reciente creación— habían actuado a espaldas uno del otro, sin existir una clara coordinación entre ellos. A partir de aquel momento las fuerzas de seguridad tomaron conciencia del grave problema que empezaba a suponer el terrorismo de ETA para el régimen franquista. Aquello suponía un fenómeno al que hasta entonces no se habían enfrentado. Eduardo Blanco sería destituido de su puesto y sustituido por el militar Francisco Dueñas Gavilán. No fue el caso del ministro de la gobernación y responsable directo de la seguridad de Carrero Blanco, que le sucedió en la jefatura del gobierno.
Según Laureano López Rodó, el más directo colaborador del almirante desde mediados de los años 1950, el atentado contra Carrero Blanco «representó la mayor conmoción política de la etapa de Franco». Según el historiador británico Charles Powell el asesinato de Carrero aceleró la crisis interna del franquismo. Julio Gil Pecharromán comparte la misma valoración: «La bomba de ETA aceleró el final del franquismo». Se ha especulado sobre si la Transición hubiera sido posible con Carrero Blanco en el poder dado que él encarnaba la continuidad del franquismo. Victoria Prego afirma que «no es nada aventurado pensar que, llegado el momento, el asesinado presidente del Gobierno se hubiera retirado muy probablemente de la presidencia a petición de un Rey que, a la muerte de Franco pasaría a ser, además, el comandante supremo de las fuerzas armadas, es decir, su jefe directo en la línea de mando». Esta misma opinión es la que tenía el propio príncipe Juan Carlos, según le contó a José Luis de Vilallonga años después: «Pienso... que Carrero no hubiera estado de acuerdo con lo que yo me proponía hacer. Pero no creo que se hubiera opuesto abiertamente a la voluntad del Rey... Simplemente hubiera dimitido». Según Charles Powell, algo parecido pensaba el gobierno norteamericano: que cuando Franco muriera Carrero Blanco le presentaría al Rey la dimisión para que decidiera si lo confirmaba en el puesto o nombraba a un sustituto.
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