Quema de conventos

Se conoce como quema de conventos a la ola de violencia anticlerical contra edificios e instituciones de la Iglesia católica ocurrida entre los días 10 y 13 de mayo de 1931 en España, pocas semanas después de haberse proclamado la Segunda República. Fue «el primer conflicto de orden público grave que hubo de enfrentar el régimen republicano».

Los disturbios comenzaron en Madrid durante la inauguración del Círculo Monárquico de la calle de Alcalá y rápidamente se extendieron por otras ciudades del sur y el levante peninsular. Alrededor de cien edificios religiosos ardieron total o parcialmente aquellos días, se destruyeron objetos del patrimonio artístico y litúrgico, se profanaron algunos cementerios de conventos y varias personas murieron y otras resultaron heridas.

Con el tiempo la derecha antirrepublicana convertiría la quema de conventos de mayo de 1931 en un mito que enlazaría con la Revolución de Octubre de 1934 y los desórdenes de la primavera de 1936 bajo el gobierno del Frente Popular para justificar el golpe de Estado de julio de 1936.

Madrid: A las once de la mañana del domingo 10 de mayo de 1931 se inauguraba en la calle Alcalá el Círculo Monárquico Independiente, fundado por el director del diario monárquico ABC, Juan Ignacio Luca de Tena, que acababa de regresar de Londres donde se había entrevistado con el exrey Alfonso XIII con el objetivo de formar un comité electoral del que surgiera una candidatura monárquica para presentarla en las elecciones a Cortes Constituyentes que se iban a celebrar al mes siguiente. El acto contó con la aprobación del director general de Seguridad, Carlos Blanco Pérez, que habría dado autorización verbal a Luca de Tena para su celebración, aunque sin llegar a comunicárselo al Ministro de la gobernación Miguel Maura.​ La convocatoria la había realizado dos días antes el diario ABC que había publicado el llamamiento A los monárquicos españoles. Acudió bastante gente y, tras unos discursos muy acalorados en defensa de la monarquía, se eligió el Comité del Círculo, integrado, entre otros, por el conde de Gamazo, el periodista Federico Santander, el banquero Arsenio Martínez Campos y los abogados Eduardo Cobián y Luis Garrido Juaristi. También se discutió cómo celebrar el cumpleaños del exrey el 17 de mayo.​ Durante el acto, hicieron sonar la "Marcha Real" en un gramófono y algunos de los asistentes se asomaron al balcón para dar vivas al rey y a la monarquía y lanzaron pasquines del periódico clandestino El Murciélago en el que se llamaba a «hacer la vida imposible a esta caricatura de República».

Varios jóvenes monárquicos se unieron a los vivas al rey y a la monarquía desde la calle, lo que fue respondido por el taxista que los había llevado hasta allí con vivas a la República. Al oír los vivas uno de los jóvenes golpeó al taxista con su bastón y este cayó al suelo. Cuando varios transeúntes se acercaron para ayudarlo increpando al grupo monárquico también fueron golpeados. Otros monárquicos salieron de la sede de Alcalá para apoyarlos pero cuando se vieron superados en número se refugiaron dentro del edificio y cerraron las puertas. Entonces algunos de los que se habían enfrentado a los monárquicos, encolerizados, quemaron tres coches que estaban allí aparcados, uno de ellos el del director de ABC Luca de Tena. También lanzaron piedras contra el edificio rompiendo algunos cristales. Apareció la policía que, tras pedir calma a la multitud que se había congregado, procedió a detener a los monárquicos que habían participado en los altercados, pero no los pudo sacar de allí por la actitud levantisca del público que llegó a asaltar dos coches de policía que habían llegado de refuerzo. Hasta las cinco de la tarde no consiguieron conducirlos a pie hasta la sede la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol, mientras un grupo numeroso de personas seguía sus pasos y los insultaba.​ Un antiguo ministro de la monarquía, Leopoldo Matos y Massieu, se tuvo que refugiar en casa de un amigo que vivía cerca de la calle Alcalá cuando fue reconocido e increpado por la multitud. Allí fueron a rescatarlo los Sánchez Guerra, padre e hijo, que lo llevaron al ministerio de Gobernación utilizando un curioso ardid para calmar los ánimos: atar la mano de Matos a la de un obrero que los acompañó hasta la Puerta del Sol.

En seguida se extendió el rumor por Madrid de que el taxista republicano había muerto, lo que unido a la noticia publicada ese día por los periódicos de que el general Berenguer había salido de la cárcel y a que tampoco se había olvidado la pastoral del cardenal Segura de tres días antes, desencadenó una ola de violencia y disturbios por toda la ciudad. Empezó con el intento de asalto a la sede del diario ABC en la calle Serrano que estaba custodiada por la policía. Hubo un tiroteo que ocasionó dos muertos: el portero de una finca cercana y un niño. Algunos grupos intentaron detener la circulación de los tranvías, aunque la intervención de los socialistas consiguió reanudar el servicio. También paraban a los taxis alegando que se había declarado la huelga del sector y les amenazaban con quemar sus vehículos si seguían trabajando. Varias armerías fueron asaltadas, con lo que hubo más tiroteos a lo largo del día.​ Cuando el ministro socialista Indalecio Prieto se enteró del intento de asalto a una armería, salió a la calle para convencer a los alborotadores de que volvieran a sus casas, mientras esperaba la llegada de la policía. Al mismo tiempo grupos de exaltados quemaban un quiosco del diario católico El Debate, apedreaban el casino militar y rompían los escaparates de una librería católica. Además se producían disparos contra una unidad montada de la Guardia Civil.

Mientras tanto una multitud se había dirigido a la sede de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol, donde exigieron la dimisión del ministro de la Gobernación Miguel Maura (que había acudido personalmente a la sede del Círculo Monárquico para calmar los ánimos y donde había sido recibido por los republicanos al grito de ¡Maura, no!, rememorando el rechazo a la actuación de su padre, Antonio Maura, durante la Semana Trágica de 1909). Hacia la medianoche un exaltado disparó contra la multitud congregada en la Puerta del Sol hiriendo a una persona y luego fue linchado.32​ Sobre las dos y media de la madrugada la gente abandonó la Puerta del Sol y tres horas después los monárquicos detenidos, entre los que se encontraba Luca de Tena, eran conducidos a la Cárcel Modelo de Madrid.

Esa misma noche el ministro de la Gobernación Miguel Maura quiso desplegar a la Guardia Civil pero sus compañeros de gobierno, encabezados por el presidente Niceto Alcalá Zamora y por el ministro de la Guerra Manuel Azaña, se opusieron, reacios a emplear a las fuerzas de orden público contra el "pueblo" y restando importancia a los hechos.​ Maura también usó como argumento que había recibido una información de un capitán del ejército de que algunos jóvenes del Ateneo de Madrid estaban preparándose para quemar edificios religiosos al día siguiente, a lo que Manuel Azaña le contestó, según cuenta Maura en sus memorias, que eran «tonterías» y añadió, que, en caso de ser cierto lo que se preparaba, sería una muestra de «justicia inmanente».

Cuando el gobierno estaba reunido a primeras horas de la mañana del lunes 11 de mayo le llegó la noticia de que la Casa Profesa de los jesuitas de la calle Flor estaba ardiendo. El ministro de la Gobernación Miguel Maura de nuevo intentó sacar a la calle a la Guardia Civil para restablecer el orden pero al igual que la noche anterior se encontró con la oposición del resto del gabinete y especialmente de un ministro —a quien Maura en sus Memorias identificó como Manuel Azaña—, quien afirmó, según relató Maura al diario Luz en 1932, que «todos los conventos de España no valen la vida de un republicano. Si sale la Guardia Civil, yo dimito»» —sin embargo, Alcalá Zamora escribió en sus Memorias que Azaña «no se opuso ni por un instante a la declaración del estado de guerra»—.​ A otro ministro, según Maura, le hizo gracia que fuesen los jesuitas los primeros en pagar «tributo» al «pueblo soberano». El que presentó su dimisión —que luego retiraría— fue Maura, que abandonó la sede de la Presidencia del Gobierno. Ardieron seis de los ciento setenta conventos de Madrid, «incendiados por pequeños grupos, ante la pasividad de policías, bomberos y ciudadanos», afirma Pilar Mera Costas.​

Un testigo de los acontecimientos fue un muy joven Julio Caro Baroja que relató más tarde lo que vio:

A las doce de la mañana, a las doce y cuarto, a la una y cinco, se avisó del Colegio de Jesuitas de la calle de la Flor a la Dirección de Seguridad que el incendio cobraba proporciones grandes. La gente pasaba, o medrosa o indiferente, por las proximidades, viendo salir el humo por las ventanas. Los incendiarios desaparecieron rápidos y organizados. El que vio aquello (y yo lo vi) no podía imaginarse que se desenvolviera así una clásica acción anticlerical. En una de las paredes ahumadas podía leerse después este letrero:

Abajo los jesu[itas]

La justicia del pueblo

por ladrones.

Ardieron así el convento de las Bernardas de Vallecas y la iglesia de Santa Teresa, de los carmelitas descalzos. (...) Por tener mi domicilio cerca, vi arder el convento de los carmelitas. Era por la mañana, ya avanzada ésta. Unos grupos de hombres habían prendido fuego a la iglesia, y mientras ardían tiraban por las ventanas de la residencia enseres y libros. Entre éstos, un ejemplar de la Enciclopedia Espasa. Recuerdo cómo dos o tres hombres sacaron a un fraile viejo, alto, de buen aspecto, custodiado, para que nadie se metiera con él, mientras que otro reprendía a un compañero, que -al parecer- quería llevarse un tomo o unas láminas del pobre repertorio enciclopédico: "Camarada, no hemos venido aquí para robar", etc.

Tiempo después vi incendiada una pequeña iglesia cerca de la plaza de Santa Ana, en la calle del Príncipe. La gente pasaba una vez más junto a ella torva o medrosa, y hubo algún gesto claro de disgusto. Una mujercilla desgreñada lo observó y dijo que los padecimientos del obrero tenían más importancia que aquella crema.

El Gobierno declaró el estado de guerra el martes 12 de mayo y a medida que las tropas fueron ocupando la capital, los incendios cesaron. Para comandarlas el Gobierno Provisional nombró al general Queipo de Llano, que acababa de volver del exilio tras haber huido a París por su implicación en la sublevación republicana de Cuatro Vientos. Por ello gozaba de una enorme popularidad entre los republicanos. No en vano cuando leyó el bando de guerra apeló a la cordura en bien de la República, de la que dijo que «es obra del pueblo». Queipo de Llano se acabaría sublevando en julio de 1936

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