Restauración borbónica
El régimen político de la Restauración, fundamentado en la Constitución de 1876, se caracterizó por una estabilidad institucional y la construcción de un modelo liberal del Estado, hasta su progresiva decadencia a partir de la crisis de 1917 y de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Se basó en los cuatro pilares ideados por su artífice, el político liberal-conservador Antonio Cánovas del Castillo: Rey, Cortes, Constitución y «turno» (alternancia pacífica entre los «partidos dinásticos» ). El «turnismo» facilitó el bipartidismo con dos grandes partidos, el Partido Conservador de Cánovas y el Partido Liberal de Sagasta, que se fraccionaron a la muerte de sus líderes. Así, el sistema fue oligárquico y centralista, y la Iglesia ganó poder económico, ideológico (al controlar gran parte de la educación) y social (al declararse constitucionalmente España como un Estado confesional, aunque con tolerancia hacia los cultos no católicos en el ámbito privado).
Cánovas prometió (y cumplió) que se cambiarían los modos y maneras del reinado de Isabel II, superando el sistema de partido único de facto que había abocado a una falta de legitimidad de Isabel II y a su posterior derrocamiento en la Revolución de 1868. Sin embargo, el régimen político de la Restauración se basará en el sistemático fraude electoral llevado a cabo por el ministro de la Gobernación con el encasillado gracias a la red caciquil extendida por todo el territorio. De hecho los cambios de gobierno («el turno») se producían antes de las elecciones y no después como en los regímenes parlamentarios (no fraudulentos). El regeneracionista Joaquín Costa lo caracterizó en 1902 con el término «oligarquía y caciquismo». En las más de veinte elecciones generales que tuvieron lugar entre 1876 y 1923 ningún gobierno las perdió.
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